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A los trabajadores de los servicios
Creemos que este es un momento importante, no tanto porque sea un momento de
disputas sobre una serie de justas reivindicaciones, sino porque quizás hoy sea
posible debatir en torno a una serie de cuestiones importantes para la calidad de
nuestro trabajo (en el sentido de trabajar menos y responder mejor a las demandas
del usuario) y para la calidad de nuestras vidas como personas que viven (de su
trabajo) en Trieste.
Se oyen tópicos demasiado repetidos: que la ciudad está en contra de los servicios
psiquiátricos y, por tanto, que la política informativa del "Piccolo" representa la "voz
de la ciudad". Que los votantes están en contra de los servicios psiquiátricos y, por
tanto, que los políticos que atacan los servicios son la expresión de la "voluntad de
los votantes".
Los llamamos lugares comunes: cualquiera que recorra un poco las casas, las
tabernas, los lugares de reunión de los proletarios y de los que son nuestros
"usuarios" debería darse cuenta fácilmente de que al “Piccolo" se le llama
"Mentiroso", de que se le odia porque "escribe lo que le conviene" y de que la
relación entre votantes y elegidos es, como mínimo, una relación en crisis.
Sin embargo, la realidad parece dar la razón a estos tópicos: existe el ataque del
"Piccolo” (desde hace una década), existe el ataque o la insolidaridad de los
administradores, muy a menudo nos vemos desbordados por las protestas de
familiares, vecinos, ciudadanos.
Curiosamente, parece cierto que los obreros de las fábricas, los habitantes de las
barriadas, los ancianos con el salario mínimo, los de las casas mínimas, los
pacientes de la H.G. piensan igual que el Dr. Carbone, el Abogado Cecovini, el Sr.
Gambassini y los periodistas del "Piccolo" (al menos sobre la psiquiatría).
En el otro lado, para defender los derechos del usuario, sólo quedarían los médicos
de la HP, los enfermeros (tal vez) y algunos intelectuales con el pañuelo rojo y la
boina en la cabeza. ¡Lo que nos parece una visión de la realidad cuanto menos
ridícula!
Tal vez el problema radica en tratar de mirar la realidad, y no la realidad aparente,
para tratar de entender si esta alianza entre el Ab. Cecovini y los pobres es una
alianza real o aparente.
La Ley 180 es la sanción legal de una batalla que era profundamente "de clase" en
el sentido de que estaba del lado del proletariado: desvelar la miseria encerrada en
el manicomio, desvelar 1300 caras concretas de la miseria de Trieste, darles un
nombre y sacarlas a la luz.
Revelar que el hecho médico-legal-cultural de la locura escondía un hecho material:
la miseria.
El hecho de que la miseria se haga pública, de que haya gente que se vea obligada
a denunciarla, o que quiera hacerlo, corre el riesgo de romper el dato material en el
que se basa el poder político-económico de esta ciudad: es decir, la supresión de la
voz de la miseria, la supresión de la voz proletaria.
Y corre el riesgo de romper la cultura dominante (no en el sentido de mayoritaria,
sino en el de que sirve para mantener la dominación de los que ya la tienen): Trieste
como ciudad ordenada, Trieste como ciudad industriosa, una ciudad capaz de dar
bienestar a sus hijos.
Se corre el riesgo de que Trieste aparezca como lo que es: más cerca de Nápoles
que de Viena (donde incluso en Viena, sostenemos, no faltarán los que vivan del
trabajo y la miseria de los demás); y en todo caso la paz social de Viena es diferente
a la de Nápoles.
Creemos que decimos algo obvio al repetir que es natural que el "Piccolo" (la voz de
Rizzoli y de una parte del poder político y económico de la ciudad) se esfuerce por
demostrar que el malestar social no surge de la pobreza, ni de la falta de servicios,
ni de la penuria de la vida, ni de la materialidad de las condiciones de vida de la
mayoría de los triestinos, sino de cuatro antiguos huéspedes de S. Giovanni que
corren el riesgo de destruir el orden y la tranquilidad de la ciudad.
Pero esta es una cara de la realidad. El otro lado son los vecinos, etc.
Si es cierto que la psiquiatría actual no trabaja en la cabeza de las personas,
entonces debe ocuparse de la vida de los usuarios. Y quizá debamos preguntarnos
quiénes son los usuarios de hoy. Estamos acostumbrados a pensar que son los
2000 o más que tienen una relación con el Centro hecha de visitas, medicamentos,
comidas etc. Creemos que se trata de un malentendido que luego genera grandes
errores.
Pongamos un ejemplo: el edificio del IACP, todo pisos de una sola habitación,
habitado sólo por ancianos (muchos enfermos), discapacitados y una persona que
grita las 24 horas del día. El centro está inundado de llamadas telefónicas que
denuncian los siguientes hechos: 1) está gritando, 2) somos viejos y estamos
enfermos, 3) tenemos que trabajar o penar, 4) estas casas son una mierda.
¿Cómo se puede decir que el usuario es el que grita, mientras que los demás son
intolerantes, cuando la realidad es que los vecinos se dirigen al Centro para
denunciar no sólo la enfermedad de la "loca" sino también todos sus problemas?
¿Cómo se puede considerar usuarios de los Centros que son de salud mental y no
"para locos" sólo a los que se reconocen como locos?
¿Cómo se puede definir a los intolerantes y aliados del abogado Cecovini como
personas que dicen "estoy obligado a trabajar" y "si no duermo, no puedo trabajar"?
Si la gente protesta en defensa de su salud, ¿no son tan usuarios como los que
gritan?
¿Cómo se puede decir, después de decir que la miseria crea locura, que la gente
que protesta por su salud y su miseria es intolerante y piensa como los periodistas
del "Piccolo"?
Lo cierto es que mientras el "Piccolo" arremete contra los servicios porque revelan
demasiada miseria y no garantizan un orden público adecuado (salvo hallar de vez
en cuando momentos de celebración de la belleza y modernidad de los Centros
cuando se inauguran en un intento de demostrar que la Administración se ocupa de
sus ciudadanos) nuestros usuarios, es decir, todos aquellos cuya salud mental está
en peligro por sus condiciones de vida, no están nada satisfechos con la forma en
que se protege su salud mental. Y no es porque sean intolerantes, sino porque es
cierto que los servicios son inadecuados: y no tanto los servicios psiquiátricos que
no tienen suficiente dinero, medios etc, sino también el IACP que les da casas de
mierda, el SAUB que les da asistencia de mierda, el H.G. que les da la muerte más
a menudo que la salud, el Ayuntamiento que les hace pagar impuestos sin darles
servicios, la ACEGA que les roba el dinero etc.
Y de hecho basta con hablar con los usuarios (es decir, la gente) para saber que no
estan enfadados sólo con los psiquiatras, sino también con la AICP, el
Ayuntamiento, la H.G., el médico de cabecera y también con el “Piccolo" que no
cuenta las cosas como son.
Después, seguir diciendo que los jubilados o los trabajadores piensan como
"Piccolo" porque dicen que "hay que encerrar a los locos en los manicomios" sería
como decir que el trabajador de FIAT piensa como Agnelli porque ambos van a
votar.
También es cierto que hay mucha gente por ahí (periodistas, políticos, intelectuales)
que intentan convencernos de que las diferencias de clase ya no existen, que a
estas alturas hasta el obrero trabaja poco, que ya no hay explotadores y explotados.
Nosotros, mirando nuestras vidas, podemos asegurarles que no es así.
También es cierto que se han reducido las horas de trabajo, pero la mayoría de las
veces esto se traduce en un doble trabajo (y no hablamos sólo del trabajo
remunerado, sino de todo aquello por lo que nadie nos paga). Es cierto que los
salarios han aumentado, pero también es cierto que los precios han aumentado
más. Es cierto que hay más servicios que antes, pero también es cierto que la
mayoría de las veces estos servicios no significan bienestar sino colas, papeleo,
cansancio y, por qué no, dinero para pagar. Y también hay que decir que llevar a tu
viejo durante un mes seguido al servicio de rehabilitación o a tus hijos a las distintas
revisiones no es una vacación gratuita. Es cierto que cada vez hay más chalets por
ahí, pero también es cierto que para el proletariado la casa supone un esfuerzo
enorme, dados los precios y dado que cada vez que se rompe algo, hay que
arreglarlo uno mismo, dados los precios de los artesanos.
La verdad es que la diferencia entre los que viven de su propio trabajo o que incluso
se ven obligados a vivir de la ayuda pública y los que viven del trabajo de otros está
ahí y es visible. Que el poder de autodeterminación de la propia vida queda sólo
para los que tienen el dinero y el poder material para permitírselo. Y sobre todo, que
en el centro de la vida de los explotados sigue estando la cuestión del trabajo: ya
sea trabajo remunerado o no remunerado.
Es este ritmo de trabajo generalizado que se extiende a todas las horas del día, es
la calidad de vida cada vez más pobre que hace que todos los proletarios, y no sólo
los 2000 pacientes de los Centros de Salud Mental, sean usuarios de los servicios
psiquiátricos.
En dos sentidos: el primero es que cada vez más personas no soportan estos ritmos
y, por tanto, por una u otra razón, se convierten en asistidos. La segunda es que los
que pueden soportarlo lo hacen a un coste cada vez mayor y, por tanto, se ven
abocados a pedir al CSM o a la policía más y más intervenciones para proteger al
menos una supuesta "tranquilidad formal". Esto nos convierte en trabajadores de los
servicios psiquiátricos durante 36 horas a la semana y en usuarios de los servicios
durante el resto de horas de la semana.
No sólo eso, sino que muchas veces llegamos a considerar más trabajo ponernos
del lado de los usuarios para pedir más servicios, casas, subvenciones, etc., cuando
en realidad son las casas de mierda, la falta de servicios, el hecho de que el dinero
nunca sea suficiente lo que nos hace trabajar más y más, tanto durante las 36 horas
de trabajo para la Provincia como a lo largo del día, cuando realizamos la parte de
trabajo no remunerado, y cuando en lugar de las casas de los usuarios son nuestras
casas.
Ante esto, los trabajadores de los servicios psiquiátricos tenemos dos opciones:
Intentar contener el trabajo cada vez mayor que se nos exige para contener el orden
de la miseria a través de criterios cada vez más estrictos de selección de " llamadas
" pero es más que probable que esto nos obligue a trabajar cada vez más detrás de
la urgencia además de hacer crecer nuestra esquizofrenia entre ser trabajadores y
usuarios del mismo servicio según la hora del día;
O intentar recomponer nuestra jornada laboral, nuestra esquizofrenia a través de
una búsqueda común con los usuarios (es decir, tanto los "locos" como los que
dicen que no aguantan más) para poder trabajar menos y vivir mejor todos.
Nosotros, somos partidarios de elegir la segunda hipótesis aunque sea muy difícil
conseguir enfocar lo que significa. Podemos empezar, sin embargo, por aclarar lo
que no queremos decir: no es un problema de construir un partido férreo de la
psiquiatría que se reúna para luchar contra el resto del mundo, no es un problema
de construir un comité de usuarios-enfermeros-médicos en torno a un falso
humanismo o una falsa solidaridad.
No creemos que las contradicciones se resuelvan con el voluntarismo o el amor a
los pobres. El primer problema que tenemos es reconocer materialmente lo que nos
une y lo que nos divide, donde es cierto que "todos somos proletarios" y lo que esto
significa.
Y creemos que como momento de aclaración, algunas cosas que están escritas en
el documento de los médicos son importantes. Por ejemplo, creemos que los
retrasos e incumplimientos de las autoridades locales, la política de desinformación
del "Piccolo" (no sólo sobre la psiquiatría sino también sobre todo lo demás), el
deseo de algunos de convertirnos en policías son verdaderos obstáculos que se
interponen entre nosotros y nuestros usuarios, entre nosotros y nuestros objetivos,
concretamente para impedir que se nos reconozca como posibles aliados en una
batalla común contra el trabajo.
Es por ello que creemos que el valor del conflicto abierto por los médicos no reside
tanto en las exigencias planteadas a la Provincia (aunque sean justas) como en el
hecho de que este conflicto es una oportunidad para debatir sobre estas cuestiones.
Es un camino largo de recorrer, pero eso no es un problema, aunque haya peligros:
uno es el de buscar atajos que luego generan alianzas ideológicas en lugar de una
unidad real en torno a objetivos concretos; otro es que la extensión del camino nos
impida ver que ya es posible empezar a dar pasos concretos para despejar el
camino de obstáculos.
Trieste, 6 de febrero de 1981
Algunos auxiliares de la asistencia del CSM de Muggia y Domio
Creemos que este es un momento importante, no tanto porque sea un momento de
disputas sobre una serie de justas reivindicaciones, sino porque quizás hoy sea
posible debatir en torno a una serie de cuestiones importantes para la calidad de
nuestro trabajo (en el sentido de trabajar menos y responder mejor a las demandas
del usuario) y para la calidad de nuestras vidas como personas que viven (de su
trabajo) en Trieste.
Se oyen tópicos demasiado repetidos: que la ciudad está en contra de los servicios
psiquiátricos y, por tanto, que la política informativa del "Piccolo" representa la "voz
de la ciudad". Que los votantes están en contra de los servicios psiquiátricos y, por
tanto, que los políticos que atacan los servicios son la expresión de la "voluntad de
los votantes".
Los llamamos lugares comunes: cualquiera que recorra un poco las casas, las
tabernas, los lugares de reunión de los proletarios y de los que son nuestros
"usuarios" debería darse cuenta fácilmente de que al “Piccolo" se le llama
"Mentiroso", de que se le odia porque "escribe lo que le conviene" y de que la
relación entre votantes y elegidos es, como mínimo, una relación en crisis.
Sin embargo, la realidad parece dar la razón a estos tópicos: existe el ataque del
"Piccolo” (desde hace una década), existe el ataque o la insolidaridad de los
administradores, muy a menudo nos vemos desbordados por las protestas de
familiares, vecinos, ciudadanos.
Curiosamente, parece cierto que los obreros de las fábricas, los habitantes de las
barriadas, los ancianos con el salario mínimo, los de las casas mínimas, los
pacientes de la H.G. piensan igual que el Dr. Carbone, el Abogado Cecovini, el Sr.
Gambassini y los periodistas del "Piccolo" (al menos sobre la psiquiatría).
En el otro lado, para defender los derechos del usuario, sólo quedarían los médicos
de la HP, los enfermeros (tal vez) y algunos intelectuales con el pañuelo rojo y la
boina en la cabeza. ¡Lo que nos parece una visión de la realidad cuanto menos
ridícula!
Tal vez el problema radica en tratar de mirar la realidad, y no la realidad aparente,
para tratar de entender si esta alianza entre el Ab. Cecovini y los pobres es una
alianza real o aparente.
La Ley 180 es la sanción legal de una batalla que era profundamente "de clase" en
el sentido de que estaba del lado del proletariado: desvelar la miseria encerrada en
el manicomio, desvelar 1300 caras concretas de la miseria de Trieste, darles un
nombre y sacarlas a la luz.
Revelar que el hecho médico-legal-cultural de la locura escondía un hecho material:
la miseria.
El hecho de que la miseria se haga pública, de que haya gente que se vea obligada
a denunciarla, o que quiera hacerlo, corre el riesgo de romper el dato material en el
que se basa el poder político-económico de esta ciudad: es decir, la supresión de la
voz de la miseria, la supresión de la voz proletaria.
Y corre el riesgo de romper la cultura dominante (no en el sentido de mayoritaria,
sino en el de que sirve para mantener la dominación de los que ya la tienen): Trieste
como ciudad ordenada, Trieste como ciudad industriosa, una ciudad capaz de dar
bienestar a sus hijos.
Se corre el riesgo de que Trieste aparezca como lo que es: más cerca de Nápoles
que de Viena (donde incluso en Viena, sostenemos, no faltarán los que vivan del
trabajo y la miseria de los demás); y en todo caso la paz social de Viena es diferente
a la de Nápoles.
Creemos que decimos algo obvio al repetir que es natural que el "Piccolo" (la voz de
Rizzoli y de una parte del poder político y económico de la ciudad) se esfuerce por
demostrar que el malestar social no surge de la pobreza, ni de la falta de servicios,
ni de la penuria de la vida, ni de la materialidad de las condiciones de vida de la
mayoría de los triestinos, sino de cuatro antiguos huéspedes de S. Giovanni que
corren el riesgo de destruir el orden y la tranquilidad de la ciudad.
Pero esta es una cara de la realidad. El otro lado son los vecinos, etc.
Si es cierto que la psiquiatría actual no trabaja en la cabeza de las personas,
entonces debe ocuparse de la vida de los usuarios. Y quizá debamos preguntarnos
quiénes son los usuarios de hoy. Estamos acostumbrados a pensar que son los
2000 o más que tienen una relación con el Centro hecha de visitas, medicamentos,
comidas etc. Creemos que se trata de un malentendido que luego genera grandes
errores.
Pongamos un ejemplo: el edificio del IACP, todo pisos de una sola habitación,
habitado sólo por ancianos (muchos enfermos), discapacitados y una persona que
grita las 24 horas del día. El centro está inundado de llamadas telefónicas que
denuncian los siguientes hechos: 1) está gritando, 2) somos viejos y estamos
enfermos, 3) tenemos que trabajar o penar, 4) estas casas son una mierda.
¿Cómo se puede decir que el usuario es el que grita, mientras que los demás son
intolerantes, cuando la realidad es que los vecinos se dirigen al Centro para
denunciar no sólo la enfermedad de la "loca" sino también todos sus problemas?
¿Cómo se puede considerar usuarios de los Centros que son de salud mental y no
"para locos" sólo a los que se reconocen como locos?
¿Cómo se puede definir a los intolerantes y aliados del abogado Cecovini como
personas que dicen "estoy obligado a trabajar" y "si no duermo, no puedo trabajar"?
Si la gente protesta en defensa de su salud, ¿no son tan usuarios como los que
gritan?
¿Cómo se puede decir, después de decir que la miseria crea locura, que la gente
que protesta por su salud y su miseria es intolerante y piensa como los periodistas
del "Piccolo"?
Lo cierto es que mientras el "Piccolo" arremete contra los servicios porque revelan
demasiada miseria y no garantizan un orden público adecuado (salvo hallar de vez
en cuando momentos de celebración de la belleza y modernidad de los Centros
cuando se inauguran en un intento de demostrar que la Administración se ocupa de
sus ciudadanos) nuestros usuarios, es decir, todos aquellos cuya salud mental está
en peligro por sus condiciones de vida, no están nada satisfechos con la forma en
que se protege su salud mental. Y no es porque sean intolerantes, sino porque es
cierto que los servicios son inadecuados: y no tanto los servicios psiquiátricos que
no tienen suficiente dinero, medios etc, sino también el IACP que les da casas de
mierda, el SAUB que les da asistencia de mierda, el H.G. que les da la muerte más
a menudo que la salud, el Ayuntamiento que les hace pagar impuestos sin darles
servicios, la ACEGA que les roba el dinero etc.
Y de hecho basta con hablar con los usuarios (es decir, la gente) para saber que no
estan enfadados sólo con los psiquiatras, sino también con la AICP, el
Ayuntamiento, la H.G., el médico de cabecera y también con el “Piccolo" que no
cuenta las cosas como son.
Después, seguir diciendo que los jubilados o los trabajadores piensan como
"Piccolo" porque dicen que "hay que encerrar a los locos en los manicomios" sería
como decir que el trabajador de FIAT piensa como Agnelli porque ambos van a
votar.
También es cierto que hay mucha gente por ahí (periodistas, políticos, intelectuales)
que intentan convencernos de que las diferencias de clase ya no existen, que a
estas alturas hasta el obrero trabaja poco, que ya no hay explotadores y explotados.
Nosotros, mirando nuestras vidas, podemos asegurarles que no es así.
También es cierto que se han reducido las horas de trabajo, pero la mayoría de las
veces esto se traduce en un doble trabajo (y no hablamos sólo del trabajo
remunerado, sino de todo aquello por lo que nadie nos paga). Es cierto que los
salarios han aumentado, pero también es cierto que los precios han aumentado
más. Es cierto que hay más servicios que antes, pero también es cierto que la
mayoría de las veces estos servicios no significan bienestar sino colas, papeleo,
cansancio y, por qué no, dinero para pagar. Y también hay que decir que llevar a tu
viejo durante un mes seguido al servicio de rehabilitación o a tus hijos a las distintas
revisiones no es una vacación gratuita. Es cierto que cada vez hay más chalets por
ahí, pero también es cierto que para el proletariado la casa supone un esfuerzo
enorme, dados los precios y dado que cada vez que se rompe algo, hay que
arreglarlo uno mismo, dados los precios de los artesanos.
La verdad es que la diferencia entre los que viven de su propio trabajo o que incluso
se ven obligados a vivir de la ayuda pública y los que viven del trabajo de otros está
ahí y es visible. Que el poder de autodeterminación de la propia vida queda sólo
para los que tienen el dinero y el poder material para permitírselo. Y sobre todo, que
en el centro de la vida de los explotados sigue estando la cuestión del trabajo: ya
sea trabajo remunerado o no remunerado.
Es este ritmo de trabajo generalizado que se extiende a todas las horas del día, es
la calidad de vida cada vez más pobre que hace que todos los proletarios, y no sólo
los 2000 pacientes de los Centros de Salud Mental, sean usuarios de los servicios
psiquiátricos.
En dos sentidos: el primero es que cada vez más personas no soportan estos ritmos
y, por tanto, por una u otra razón, se convierten en asistidos. La segunda es que los
que pueden soportarlo lo hacen a un coste cada vez mayor y, por tanto, se ven
abocados a pedir al CSM o a la policía más y más intervenciones para proteger al
menos una supuesta "tranquilidad formal". Esto nos convierte en trabajadores de los
servicios psiquiátricos durante 36 horas a la semana y en usuarios de los servicios
durante el resto de horas de la semana.
No sólo eso, sino que muchas veces llegamos a considerar más trabajo ponernos
del lado de los usuarios para pedir más servicios, casas, subvenciones, etc., cuando
en realidad son las casas de mierda, la falta de servicios, el hecho de que el dinero
nunca sea suficiente lo que nos hace trabajar más y más, tanto durante las 36 horas
de trabajo para la Provincia como a lo largo del día, cuando realizamos la parte de
trabajo no remunerado, y cuando en lugar de las casas de los usuarios son nuestras
casas.
Ante esto, los trabajadores de los servicios psiquiátricos tenemos dos opciones:
Intentar contener el trabajo cada vez mayor que se nos exige para contener el orden
de la miseria a través de criterios cada vez más estrictos de selección de " llamadas
" pero es más que probable que esto nos obligue a trabajar cada vez más detrás de
la urgencia además de hacer crecer nuestra esquizofrenia entre ser trabajadores y
usuarios del mismo servicio según la hora del día;
O intentar recomponer nuestra jornada laboral, nuestra esquizofrenia a través de
una búsqueda común con los usuarios (es decir, tanto los "locos" como los que
dicen que no aguantan más) para poder trabajar menos y vivir mejor todos.
Nosotros, somos partidarios de elegir la segunda hipótesis aunque sea muy difícil
conseguir enfocar lo que significa. Podemos empezar, sin embargo, por aclarar lo
que no queremos decir: no es un problema de construir un partido férreo de la
psiquiatría que se reúna para luchar contra el resto del mundo, no es un problema
de construir un comité de usuarios-enfermeros-médicos en torno a un falso
humanismo o una falsa solidaridad.
No creemos que las contradicciones se resuelvan con el voluntarismo o el amor a
los pobres. El primer problema que tenemos es reconocer materialmente lo que nos
une y lo que nos divide, donde es cierto que "todos somos proletarios" y lo que esto
significa.
Y creemos que como momento de aclaración, algunas cosas que están escritas en
el documento de los médicos son importantes. Por ejemplo, creemos que los
retrasos e incumplimientos de las autoridades locales, la política de desinformación
del "Piccolo" (no sólo sobre la psiquiatría sino también sobre todo lo demás), el
deseo de algunos de convertirnos en policías son verdaderos obstáculos que se
interponen entre nosotros y nuestros usuarios, entre nosotros y nuestros objetivos,
concretamente para impedir que se nos reconozca como posibles aliados en una
batalla común contra el trabajo.
Es por ello que creemos que el valor del conflicto abierto por los médicos no reside
tanto en las exigencias planteadas a la Provincia (aunque sean justas) como en el
hecho de que este conflicto es una oportunidad para debatir sobre estas cuestiones.
Es un camino largo de recorrer, pero eso no es un problema, aunque haya peligros:
uno es el de buscar atajos que luego generan alianzas ideológicas en lugar de una
unidad real en torno a objetivos concretos; otro es que la extensión del camino nos
impida ver que ya es posible empezar a dar pasos concretos para despejar el
camino de obstáculos.
Trieste, 6 de febrero de 1981
Algunos auxiliares de la asistencia del CSM de Muggia y Domio