Laboratorios de la historia. Los centros sociales como productores de cultura política en la España contemporánea (1997–2015)

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Laboratorios de la historia. Los centros sociales como productores de cultura política en la España contemporánea (1997–2015)

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artículo académico, 21 páginas.

Fecha

Idioma

ES

Tema

Derechos

Attribution 4.0 International (CC BY 4.0) - https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/

Titular de los Derechos

Hacer Laboratorio

Resumen

artículo académico de historización y análisis de la forma centro social en tanto productor de una nueva cultura política a partir de la experimentación, reflexión y práctica de nuevos modelos orgnizativos y nuevos lenguajes

Colaborador

Vicente Rubio-Pueyo

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texto académico

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Laboratorios de la historia. Los centros sociales como productores de cultura
política en la España contemporánea (1997–2015)
Article in Journal of Spanish Cultural Studies · October 2016
DOI: 10.1080/14636204.2016.1240438

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Laboratorios de la historia. Los centros sociales
como productores de cultura política en la España
contemporánea (1997–2015)
Vicente Rubio-Pueyo
To cite this article: Vicente Rubio-Pueyo (2016): Laboratorios de la historia. Los centros
sociales como productores de cultura política en la España contemporánea (1997–2015),
Journal of Spanish Cultural Studies, DOI: 10.1080/14636204.2016.1240438
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Published online: 09 Oct 2016.

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Date: 10 October 2016, At: 07:23

JOURNAL OF SPANISH CULTURAL STUDIES, 2016
http://dx.doi.org/10.1080/14636204.2016.1240438

Laboratorios de la historia. Los centros sociales como
productores de cultura política en la España contemporánea
(1997–2015)
Vicente Rubio-Pueyo
Modern Languages Department, Fordham University, New York, NY, USA
RESUMEN

Palabras clave

Este trabajo plantea simultáneamente una teorización y una
historización de la “forma centro social” y de su importancia
político-cultural en la España de las últimas décadas, a través del
estudio de la trayectoria de cuatro centros sociales y prácticas de
ocupación: el Laboratorio (Madrid, 1997–2003), Patio Maravillas
(Madrid, 2007-), Ateneu Candela (Terrassa, 2006-) y las Corralas
(Sevilla). A través del análisis de experiencias concretas (elaborado
a partir de entrevistas conducidas con participantes en aquellas),
este trabajo trata de apuntar la importancia del centro social
respecto a dos cuestiones. En primer lugar, el centro social como
punto de entrada para el análisis de transformaciones sociales
desplegadas en España desde los años noventa en adelante,
como la configuración del espacio urbano - de acuerdo a criterios
de espacialización neoliberales- y las transformaciones en la
composición social de la sociedad española en el mismo periodo.
Ambas cuestiones impactan asimismo en la composición,
lenguajes y subjetividades implicadas en los propios movimientos
y, por tanto, en las funciones de espacios como los centros
sociales. Del estudio de estos casos, desde mediados de los años
noventa hasta el presente, se desprende una secuencia histórica
que abarca desde el movimiento okupa, pasando por la
alterglobalizacion, hasta llegar al 15M, la Plataforma de Afectados
por la Hipoteca y las últimas derivaciones electorales como el
nuevo municipalismo o Podemos. Este trabajo plantea asimismo
algunas líneas de reflexión teórica acerca del carácter de los
movimientos como operadores estructurales del cambio social,
político y cultural. Siguiendo a autores como David Harvey y
Manuel Castells, entre otros, los movimientos sociales son
conceptualizados como productos de las determinaciones de una
formación social y, simultáneamente, como laboratorios para su
transformación a través de prácticas de significación histórica, y
para la producción de elementos para una nueva cultura política.

centros sociales;
movimientos sociales;
movimientos urbanos;
alterglobalización; 15M

Este trabajo intenta plantear una teorización e historización de la “forma centro social”, y
de su importancia político-cultural en la España de las últimas décadas. Aunque el trabajo
se basa en el análisis de cuatro experiencias concretas (Laboratorio, Ateneu Candela, Patio
Maravillas y Corralas de Sevilla), lo que nos interesa apuntar sobre todo es la importancia
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V. RUBIO-PUEYO

del centro social como punto de entrada para el análisis de dos procesos históricos y culturales que han marcado la reciente historia española desde los años noventa en adelante.
En primer lugar, este trabajo intenta mostrar cómo la evolución de los centros sociales
ayuda a explicar una profunda transformación de los movimientos sociales y políticos
en España durante ese periodo: una transformación en su composición social, en las subjetividades políticas implicadas, en sus lenguajes y prácticas. En segundo lugar, el papel
que los centros sociales han jugado como espacios de integración de la historia social,
política y por ende cultural españolas en unas coordenadas internacionales e incluso globales, capaces de desbordar los límites de las narrativas históricas basadas en la centralidad del Estado-Nación. De este modo, este análisis de la “forma centro social” en España se
integra en un proyecto más amplio de historización político-cultural de la España contemporánea. Este marco narrativo alternativo trata de comprender el papel de los movimientos sociales como procesos culturales capaces de atravesar y desbordar el marco histórico
lineal, acumulativo, habitualmente asociado a la entidad del Estado-Nación, integrándolo
en otros parámetros espacio-temporales. La evolución del centro social como espacio concreto y forma de la acción colectiva de los movimientos, permite acceder a la observación
de una serie de transformaciones sociales, políticas y culturales, que han determinado,
entendemos, la progresiva configuración de una cultura política emergente, si bien esta
no ha cristalizado de manera manifiesta y visible hasta la ruptura que supone la aparición
del 15M en 2011. Con esto no queremos establecer una causalidad lineal, por la que la
actual situación política en España pueda explicarse únicamente como un producto derivado del trabajo previo de los centros sociales. Sin embargo, sí queremos recuperar, en
todo caso, el lugar de estos como incubadoras de una cultura política que, muchos
años después, y en su articulación con muchos otros elementos, ha dado lugar a un ecosistema de fuerzas, trayectorias, grupos y lenguajes que ha alimentado el ciclo de movilizaciones del 15M, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, el nuevo municipalismo de
Ahora Madrid o Barcelona en Común, e incluso nuevas fuerzas políticas a escala estatal
como Podemos. Por motivos de espacio, no podemos cubrir toda la diversidad de experiencias y trayectorias existentes en todo el Estado, por lo que nos centraremos en los cuatro
casos mencionados en la medida en que estas experiencias ejemplifican de manera especialmente clara las reflexiones y evoluciones de la “forma-centro social”, a la vez que se
sitúan en un lugar privilegiado para observar desarrollos sociales, políticos y culturales
que han atravesado la sociedad española a lo largo de las últimas décadas.

Estado, capital y movimientos: tres formas de articulación espaciotemporal
No existe una historia, sino historias en conflicto. La aparente unidad de lo que llamamos
historia no es sino el solapamiento y tensión constantes entre diferentes fuerzas que
someten el curso del tiempo a diferentes espacios. En tanto vehículos capaces de construir y modelar articulaciones específicas del espacio-tiempo, dos de las formas históricas
más importantes de la Modernidad han sido el capital y el Estado, precisamente en la
medida en que han sido las formas construidas para alojar, asignar y significar la orientación de los procesos materiales. “Neither time nor space […] had existence before
matter; the objective qualities of physical time-space cannot be understood, therefore,
independently of the qualities of material processes” (Harvey, The Condition 203). Esta

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ligazón inseparable entre tiempo, espacio y procesos materiales abre una de las contribuciones principales del clásico The Condition of Postmodernity de David Harvey. Harvey
elabora ahí una teorización (y una historización) de la construcción de marcos espaciotemporales que caracterizan el paso de la modernidad a la posmodernidad. Si el capital,
por un lado, somete bajo sus ritmos y conexiones al espacio (históricamente creciente)
bajo su dominio, el Estado habría servido a su vez, a la manera de una especialización
complementaria, como ámbito de confinación de la historia dentro de los límites del
Estado-nación. Frente a ambas construcciones, los movimientos sociales y políticos
han servido históricamente como vehículos de pervivencia y propuesta de otras posibles
articulaciones espacio-temporales. Sin dejar de ser productos de esas mismas configuraciones, los movimientos sociales y políticos han desarrollado a menudo temporalidades
alternativas. Estas articulaciones espacio-temporales alternativas han estado basadas
tanto en la pervivencia de elementos anteriores a la configuración estatal-nacional y
al capital (las luchas indígenas en Latinoamérica, por ejemplo), como en el cuestionamiento de las configuraciones territoriales del Estado, y sus consecuencias (el internacionalismo obrero ante la Gran Guerra europea, por ejemplo).1 Estas transformaciones
pueden ser de carácter económico, político, social, cultural, ideológico, etc. Pero, en cualquier caso, sea cual sea su carácter principal, la aparición de un movimiento (cuando éste
es suficientemente transversal y amplio y, por tanto, históricamente relevante) implica
precisamente una modificación de la configuración existente entre esas instancias o
ámbitos de la formación social. Los movimientos operan así como índices de que una
transformación estructural está teniendo lugar, y respecto a la que los movimientos constituyen, al mismo tiempo, productos y reacciones, operando como laboratorios de innovación y experimentación social respecto a aquellas. Manuel Castells, en un trabajo
clásico para la configuración de los estudios urbanos como The City and the Grassroots,
definía los movimientos urbanos como:
the last reaction to the domination and renewed exploitation that submerges the world. But they are more
than a last, symbolic stand and desperate cry: they are symptoms of our contradictions, and therefore
potentially capable of superseding these contradictions. They are the organizational forms, the live
schools, where the new social movements of our emerging society are taking place, growing up, learning
to breath, out of reach of the state apparatuses, and outside the closed doors of repressed aspects of the
new, emerging life because this is their specificity: to speak the new language that nobody yet speaks in its
multifaceted meaning. (Castells, 331)

Próximo a una conceptualización estructural de los movimientos sociales como la promovida por Alain Touraine, Castells consideraba un efecto primordial de los movimientos
urbanos la “producción de significado histórico”. En su propia emergencia, protestas y
ciclos de movilización social abren la posibilidad de una interrupción, o al menos un cuestionamiento de las narrativas uniformes del Estado y de los flujos del capital. Pero estos
movimientos no operan únicamente como pura reacción a un estado de cosas, sino
que, precisamente en la medida en que buscan esa “producción de significado histórico”,
abren también la posibilidad de pensar otras temporalidades, otras coordenadas espaciotemporales. En esa búsqueda, en esa producción, más allá de los ciclos o fases más intensos de movilización, los movimientos dan lugar a iniciativas más permanentes, a través de
formas propias de organización y producción política, económica, social y por ende
cultural.

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Movimientos autónomos, movimientos urbanos y centros sociales
Pero ¿cómo se anclan en la realidad concreta estas articulaciones espacio-temporales?
¿Qué aspectos componen su consistencia cotidiana, concreta? ¿En qué maneras los movimientos logran dar lugar a una materialización de estas posibles articulaciones? Una de las
formas principales de articulación se produce a través de la apertura de espacios de producción política, social y cultural. Este tipo de espacios, por su carácter más prolongado y
sostenido, funcionan como puntos de apoyo de estas articulaciones espacio-temporales,
más allá de ciclos de protesta concretos. En ellos se facilita una acumulación de recursos
(humanos, materiales), y la apertura de una posibilidad de establecer diálogos intergeneracionales, intercambio de saberes, conocimientos y lenguajes. A lo largo de la historia ha
habido innumerables ejemplos de espacios y dispositivos de este tipo. En el caso del movimiento obrero, por ejemplo, las redes de Ateneos (en las vertientes anarquistas) o de las
Casas del Pueblo o locales de partidos y organizaciones (en las vertientes marxistas, bien
socialistas o comunistas). Los centros sociales se inscriben en esta tradición, al mismo
tiempo que incorporan variables propias, ligadas a la composición social y a la cultura política que emerge con los llamados “nuevos movimientos sociales” (Melucci), “movimientos
sociales urbanos” (Castells) o “movimientos sociales autónomos” (Katsiaficas), surgidos en
la estela de las masivas movilizaciones y revueltas que suelen agruparse bajo la fecha simbólica de 1968. La diversidad terminológica responde sin duda a una diversidad y heterogeneidad manifiesta de experiencias y trayectorias: los movimientos autónomos, el
feminismo, el ecologismo, el pacifismo, diversas variantes marxistas y anarquistas, corrientes contraculturales, etc. Por supuesto, estos movimientos conocerán suertes muy
diferentes de acuerdo a distintos contextos. Pero en cualquier caso, podemos considerar
la existencia de una matriz histórica de movimientos relativamente unificada. Entre las características de esa matriz histórica se encuentra la apertura a una diversidad de sujetos
políticos tradicionalmente no ligados al movimiento obrero clásico (jóvenes, mujeres).
En segundo lugar, siguiendo a Castells, su incardinación fundamentalmente urbana, que
da lugar a una miríada de formas de acción colectiva basadas en la “crítica de la vida cotidiana” (Lefebvre) y enfocadas en las preocupaciones propias del contexto urbano (vivienda,
equipamientos y servicios barriales). En tercer lugar, y siguiendo en esto a Katsiaficas, su
carácter autónomo, separado de las estructuras organizativas tradicionales del movimiento obrero clásico. En el contexto europeo, Alemania e Italia serán los polos fundamentales de este tipo de movimientos. En el caso alemán, a través tanto de numerosas
ocupaciones (el caso de Hamburgo es probablemente el más conocido) como de la fundación de una fuerza política que, como Die Grünen (Los Verdes) se convierte en la traducción más institucionalizada de todo ese magma político y social (Katsiaficas 187–234). La
experiencia italiana, por su parte, estará caracterizada por un largo e intenso periplo desde
el 68 que conducirá, a través de la formación de organizaciones como Autonomia Operaia,
la profusión de centros sociales y culturales, y la organización autónoma de trabajadores,
hasta la explosión en el clima insurreccional que el país vivirá a lo largo de 1977 (Ballestrini
y Moroni).
En España, el movimiento vecinal tendrá una fuerza considerable durante el periodo
transicional. (Pérez Quintana y Sánchez León). Esta fuerza, sin embargo, se irá diluyendo
paulatinamente a principios de los años ochenta, principalmente debido a la desaparición
o neutralización de sus estructuras y, en ocasiones, la cooptación de sus líderes, todo ello

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en un contexto crecientemente marcado por una general despolitización, el paro juvenil,
la marginalización, el impacto de políticas como la reconversión industrial y las reformas
universitarias como la de 1986. A mediados de los años ochenta se producirá un cierto
relevo generacional en el seno de las áreas políticas autónomas que, situadas más allá
de las organizaciones tradicionales de la izquierda, pasarán a estar conformadas principalmente por una nueva generación de militantes, mayoritariamente organizada en torno a la
okupación, la insumisión, o formas de comunicación y producción cultural alternativas,
como la música punk y el fanzine. Alrededor de 1985 han empezado algunas experiencias
de okupación por todo el país. Los principales focos, dentro del contexto del Estado
español, serán Euskadi y Cataluña, sin olvidar experiencias en ciudades como Zaragoza
y Vigo (Fernández Durán 11).2 Dentro de la trayectoria del movimiento okupa, el centro
social se configura como un espacio fundamental. Bajo las denominaciones habituales
de “casas okupas” o de C.S.O. (centro social Okupado) darán lugar a una cultura militante
con características propias. Los participantes en estas experiencias tienden a ser jóvenes,
varones en su mayoría. Pero más allá de una adscripción literal de género, la estética punk
y anarquista y su carácter agresivo denotan unas actitudes hipermasculinizadas que dotan
a estas experiencias de un tono fundamentalmente resistencial, de confrontación hacia un
entorno vivido como hostil. En primer lugar, por las relaciones, ciertamente conflictivas,
con la policía y las autoridades municipales, debido a la constante amenaza de desalojo.
En segundo lugar, una actitud que podríamos denominar de “automarginalización”, que
en muchas ocasiones lleva a los participantes en estas experiencias a considerar a los
vecinos del barrio como posibles enemigos, y no como un entorno de potencial colaboración. En estas dos actitudes influye a menudo la función de estos espacios como vivienda,
lo que tiende a estimular concepciones patrimoniales del espacio: el lugar okupado pertenece, a efectos prácticos y cotidianos, al grupo de personas que viven en la okupación
(aunque a menudo se exprese lo contrario). Por otra parte, es fácil imaginar cómo la constante y real amenaza de desalojo tiende a impulsar una visión del centro social como fortaleza frente a un enemigo externo, reforzando de este modo dinámicas identitarias entre
los participantes.

El Laboratorio de Lavapiés (1997–2003). De la okupación a la
alterglobalizacion
La experiencia del Laboratorio de Lavapiés se inserta en esta cultura militante, pero desde
sus inicios estará fuertemente marcada por una línea de profundo replanteamiento, en términos tanto prácticos y teóricos, de la función y composición de la “forma centro social”.
Se llama Laboratorio porque se decide que es un espacio de experimentación. Lo que vamos a hacer es
precisamente experimentar […] [En] la propuesta del Laboratorio […] no hay ningún temor a equivocarse,
[…] rechaza las certezas, y […] pone en cuestión nuestras propias seguridades, las que teníamos hasta
entonces.

Estas palabras de Jacobo Rivero, participante en el Laboratorio, resumen bien el espíritu de
la experiencia que entre 1997 y 2003 animará el Laboratorio – centro social okupado en el
barrio madrileño de Lavapiés. Uno de los aspectos cruciales de esta importante experiencia es su longevidad. Como acabamos de señalar, la mayoría de las experiencias de okupación, obviamente marcadas por su confrontación constante con poderes políticos,

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económicos y policiales, se encontraban insertas en una continua dinámica de “okupación-desalojo-okupación”. El Laboratorio logrará, sin embargo, ir enriqueciendo su composición y complejidad como proyecto a través de cada una de sus sucesivas versiones. A lo
largo de sus siete años de trayectoria, a cada desalojo le sucederá una nueva okupación,
que sin embargo mantendrá el mismo nombre (Labo 1, Labo 2, Labo 3, Labo 4). Lejos de
resultar un dato anecdótico, la permanencia del nombre apunta a una continuidad que
permitirá convertir el Laboratorio en un espacio sostenido de encuentros e innovaciones,
de progresiva acumulación en el tiempo de capacidades, saberes y recursos. Gracias a esa
permanencia, el Laboratorio se convertirá asimismo en un nodo de conexión espacial con
otros focos de movimientos, tanto estatales como internacionales, como incluso de carácter global.3 Vista retrospectivamente, esta longevidad confiere a la experiencia del Laboratorio, como veremos, el carácter de una suerte de corte geológico de la historia de los
movimientos sociales en España a lo largo de las últimas décadas. El análisis de su trayectoria permite ver un proceso de transformación de los propios movimientos en su composición social, en sus lenguajes, en su modo de concebir el espacio y función del centro
social y en su capacidad de conectarse con una multiplicidad de realidades políticas y
sociales, tanto en su entorno físico inmediato, como lejanas geográficamente. Pero
además, el análisis de una experiencia como la del Laboratorio permite plantear cuestiones de dimensión más teórica: ¿Que significación – cultural y política – tienen nuestras
construcciones y comprensiones del espacio? ¿Cómo se construye políticamente el
espacio desde el capital, desde el estado y desde los movimientos? ¿Qué posibilidades
nos proponen experiencias políticas como los centros sociales, para repensar las coordenadas (geográficas, políticas y sociales) de la historia cultural? Volviendo a Harvey, con
quien comenzábamos estas páginas, podríamos preguntarnos: ¿cuántos espacios hay
en un lugar? La distinción entre espacio y lugar es importante puesto que nos obliga a considerar el carácter construido del espacio, no reducible a un lugar físico. Harvey distingue
tres construcciones históricas del espacio que han marcado la historia de la geografía
como disciplina: la concepción absoluta, de matriz newtoniana y cartesiana, en la que el
espacio es una entidad inerte, un objeto por tanto apropiable por un sujeto u otro; la concepción relativa, marcada por Einstein y Gauss, en la que la construcción del espacio se
asocia a la dimensión temporal; y la concepción relacional, inspirada en Leibniz, por la
que el espacio puede concebirse en su integración con otros espacios y tiempos simultáneos. Como Harvey insiste, esas tres concepciones resultan inseparables, y por tanto
deben mantenerse en una tensión dialéctica. Teniendo en cuenta estas tres construcciones posibles del espacio, podemos pensar en las dimensiones político-culturales que
pueden desplegarse en relación a una realidad como la de un centro social.
Así, en términos absolutos, el centro social es el objeto de una pugna por la propiedad
entre dos sujetos. Por un lado, la estrategia de privatización del espacio urbano por parte
del capital y, muy a menudo, de las instituciones públicas que sin embargo le sirven. Por
otro lado, el colectivo de okupas y activistas. Es una lógica de conflicto, bélica, en la que
puede verse cómo esta concepción absoluta del espacio se relaciona con la configuración
inicial del centro social okupado como fortaleza. La asamblea inicial del Laboratorio, en
1997, estaba formada principalmente por participantes en los movimientos de okupación
y de insumisión desde los años ochenta, por militantes de partidos de la extrema
izquierda, como las juventudes de la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) y del MC (Movimiento Comunista), o de organizaciones como Lucha Autónoma (Rivero).4 Entre 1999 y

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2001, el Labo 2 incorporará a numerosos estudiantes inmersos en movilizaciones universitarias y, sobre todo, próximos al movimiento alterglobalizador. Por otra parte, el Laboratorio establecerá asimismo importantes espacios de comunicación y colaboración con
comunidades de migrantes del barrio (Gómez 23). En 2001, la explosión de los sucesos
racistas en la localidad almeriense de El Ejido (persecución de comunidades marroquíes,
con quema de viviendas y negocios), así como la reforma de la Ley de extranjería por
parte del gobierno Aznar ese mismo año, abrirán una intensa fase de movilizaciones,
recordadas sobre todo por una serie de encierros en iglesias de Barcelona y Madrid,
bajo el lema “Papeles para tod@s”. El Laboratorio tuvo una participación especialmente
intensa en estos eventos: en el momento de El Ejido, se fleta un autobús en ayuda de
los trabajadores marroquíes; muchos de ellos serán alojados en el centro social los
siguientes meses; y en los encierros en iglesias de Madrid, el Laboratorio organiza la infraestructura de cocina, alimentación y atención para esas acciones. (Gómez 24–26).5 La composición de la asamblea del Labo 3 (2002–2003), probablemente la fase de mayor
intensidad y apertura del Laboratorio, es un reflejo del carácter acumulativo y diverso
de la experiencia, incluyendo ya a estudiantes, okupas, activistas, inmigrantes, vecinos
del barrio, etc.
A lo largo de ese periplo, lo que se produce es una “deconstrucción del sujeto-okupa”
(Rivero), esto es, del sujeto mayoritariamente masculino, concienciado, militante, en lucha
constante contra el poder, que había protagonizado las prácticas, discursos y espacios de
estos sectores de movimiento hasta aquel momento.6 Esa “deconstrucción del sujeto
okupa” está ligada a un proceso más amplio que los participantes en el Laboratorio
denominan como “apertura a lo social”. “Se trata de abandonar las políticas autorreferenciales ‘solo para militantes’ y abordar los problemas concretos, materiales y cotidianos de
lo “social” (Áreaciega 54).7 Esto es: cómo la composición diversa de los participantes en la
experiencia se traduce en la propia configuración y funcionamiento del centro social. A
partir de ese momento, el espacio será concebido solo para uso del barrio, y no como
vivienda, una cuestión que había producido diferencias y tensiones entre los participantes
en las fases anteriores. Frente a la concepción inicial del centro social okupado como
espacio militante, identitario, defensivo (frente a la policía) y usado fundamentalmente
como vivienda para sus ocupantes, el Laboratorio, siguiendo un lema zapatista recogido
en las paredes del centro, buscará “un nuevo tiempo de vida”, esto es, profundizar en la
resignificación del centro social okupado como un espacio enfocado no sólo en la resistencia y en la confrontación con las autoridades, sino sobre todo abierto a las relaciones
sociales, la vida, el trabajo y el vecindario. La diversidad de usuarios y participantes se
hace patente también en la forma en que los saberes, capacidades y habilidades de los
mismos se materializan en la propia configuración del centro, desde la construcción y
reparación de las instalaciones e infraestructuras (fontaneros, albañiles, carpinteros)
hasta los servicios y espacios que se ofrecen (sala de cine, restaurante gestionado por personal profesional) (Rivero). Este cambio en la composición concreta de los participantes en
el Laboratorio se enmarca, como venimos señalando, en un diagnóstico político más
amplio. “El papel que en principio juegan los centros sociales okupados es invertir esta
situación, construir un referente en el territorio de cooperación social” (Rivero 48). Para
ello, los centros sociales okupados se conciben como “espacios de auto-empleo, pero
no como refugio de los desheredados sino como potencia constructiva de la nueva composición de clase” (Rivero 49). En los primeros años dos mil se abre un debate a escala

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europea en torno a las posibilidades de repensar el centro social okupado de acuerdo a las
transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales en el contexto europeo, como
la precarización laboral, el giro de la economía de la producción industrial hacia el sector
servicios, o el impacto de la privatización y la segregación social en el paisaje urbano, entre
otros factores. Un texto importante en este debate, firmado en 2008 por Pablo Carmona,
Tomás Herreros, Raúl Sánchez Cedillo y Nicolás Sguiglia, apunta algunas de las líneas que
configuran las prácticas de estos “centros sociales de segunda generación”, concebidos
ahora como “una plaza pública metropolitana […] una fábrica de la clase que viene, la
clase que se forma” (Carmona et al. 125). En primer lugar, un énfasis en la programación
cultural, y en la cultura como creación colectiva y abierta (siguiendo las licencias copyleft y
creative commons, por ejemplo). En segundo lugar, una relación con el entorno basado en
una concepción abierta de ciudadanía, especialmente en referencia a las realidades de las
personas migrantes. En tercer lugar, la experimentación en formas del llamado “sindicalismo social”, esto es, formas de organización centradas en las nuevas realidades laborales
de los trabajadores precarios y migrantes, por ejemplo, mediante la apertura de oficinas de
derechos sociales e iniciativas de apoyo a trabajadores en sectores no tradicionalmente
sindicados. En cuarto lugar, la creación de espacios de autoformación, y formas de producción, transmisión e intercambio de conocimiento basadas en colectivos de investigación
militante, y estimulados por lógicas ajenas a las estructuras verticales de la institución universitaria tradicional. Por último, estos centros sociales tratan de “mirar a los ojos a las
instancias institucionales”, esto es, tratan de desarrollar una relación negociada, no tan
centrada en la confrontación directa, aunque sin dejar de ser desafiante, con las instituciones políticas municipales (Carmona et al. 125). La experiencia del Laboratorio, con
sus límites y aciertos, fue probablemente la primera y más longeva práctica en esta dirección en el Estado Español. De este modo, volviendo a los términos de Harvey, vemos que
en esa longevidad, en la duración y resistencia de la experiencia, puede darse la posibilidad de una perduración del espacio en el tiempo. Es decir, la posibilidad de una construcción relativa del espacio, en la que la permanencia temporal permite la apertura y el
encuentro de diferentes subjetividades y composiciones sociales: okupas, estudiantes,
migrantes, etc. y, a través de esta agregación, se abre la posibilidad de sedimentación
de una historia.
Esta sucesión temporal de agregaciones subjetivas y generacionales se corresponde
asimismo con la configuración de toda una geografía internacional y global de movimientos sociales. El momento inicial proviene y conecta con el carácter europeo del movimiento de okupación con dos polos fundamentales de atracción. Inicialmente Alemania
– sobre todo, las experiencias en Hamburgo y Berlín – que constituye la inspiración principal de las okupaciones a lo largo de los años ochenta (Steen et al. 2014). Más tarde, Italia,
sobre todo a partir de un viaje de numerosos activistas madrileños al centro social de
Leoncavallo (Milán) en 1991. (Rivero). La transición entre estos dos polos de inspiración
condensa por otra parte la reflexión y evolución del movimiento okupa, y los centros
sociales que venimos describiendo y que algunos participantes describen precisamente
a través de estas referencias internacionales (Rivero; Lara). Así, la primera “fase alemana”
estaba ligada a una estética agresiva, al foco en la okupación como vivienda, marcada
por una lógica eminentemente masculina, cuasi-militar, de continua confrontación con
la policía, y un énfasis en aspectos identitarios, concienciales, de pertenencia al movimiento o colectivo. La referencia italiana, donde la tradición autónoma de los setenta

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había logrado una presencia mucho mayor como área de influencia política, servirá de
directa inspiración para una concepción más abierta del centro social: el énfasis en la relación con el vecindario, la provisión de “servicios” al entorno inmediato (escuelas, guarderías, por ejemplo). Precisamente en Italia se había iniciado, en los primeros años noventa,
una reflexión en torno a los llamados “centros sociales de segunda generación”, basados
en la estimulación de la sociabilidad como producción, como “construcción de redes
metropolitanas, nacionales, internacionales, lugares de construcción de espacio público
y de relaciones entre movimientos y subjetividades diferentes” (Sansonetti 13–14).
Otra referencia fundamental en la trayectoria del Laboratorio es el zapatismo. El Laboratorio organizará algunos de los primeros encuentros zapatistas en España desde los años
noventa en adelante (Bellinghausen), como por ejemplo las jornadas “Un Aguascalientes
en el corazón de Europa” celebradas en noviembre de 2002.8 Pero más allá de una conexión temática o de expresión de solidaridad, para el Laboratorio – como para muchos otros
proyectos y colectivos en los años noventa – el zapatismo supone sobre todo la posibilidad de toda una nueva práctica de la política. Para empezar, la vinculación con el zapatismo no se basa en una expresión formal de solidaridad a distancia, sino en una
asunción de prácticas, de formas de hacer política, incardinadas en las formas subjetivas
existentes en el contexto concreto de una ciudad como Madrid, y de un barrio como Lavapiés. De este modo, podemos ver cómo el neozapatismo operará como uno de los principales ingredientes inspiradores del debate y evolución del centro social okupado,
reconfigurado ahora como espacio de la sociedad civil (Lara).9 Esta geografía global se
extenderá más tarde a Seattle, a Praga, a Génova: entre 1999 y 2002, el Laboratorio se convierte en un punto más en la infraestructura, en los ritmos y dinámicas de movilización
para las contracumbres que marcan el desarrollo del movimiento alterglobalizador.
Aparte de la funcionalidad concreta del centro social como espacio de discusión, como
herramienta logística y de organización de desplazamientos para tales eventos, resulta
importante señalar en qué medida el movimiento alterglobalizador, con todas sus limitaciones, sirve efectivamente para ensayar una primera configuración de formas de acción y
comunicación global. Siguiendo el famoso lema del “pensar global, actuar local”, y en la
línea de esta comunicación global, el Laboratorio se inserta no solo en una geografía de
apertura a otros espacios físicos, sino que también queda vinculado a la experimentación
con las posibilidades abiertas con el auge de Internet a partir de la segunda mitad de los
noventa. El Laboratorio es el primer centro social en España en tener una página web, concebida más allá de una mera herramienta de comunicación, ya que las contribuciones y
preocupaciones del movimiento hacker pasan a componer parte orgánica del Laboratorio.
El espacio, tanto físico como virtual, del Laboratorio servirá para organizar las primeras
redes de nodos en torno a la construcción de software libre, y los usos de la red como
espacio de transmisión y producción de información. Se organizarán allí numerosos talleres y hacklabs, de los que se derivarán importantes iniciativas como SinDominio.10
Todo este aprendizaje y experimentación se revelará crucial en un momento en el que
la política de carácter global impactará fuertemente a muchos países. El comienzo de la
guerra de Irak, en 2003, supondrá una ola de movilización social de una enorme magnitud
que, en el caso de España, adquirirá especial intensidad, ligándose además a una ola de
protestas y acciones previas, como el voluntariado para reparar los efectos de la marea
negra del Prestige y las diferentes protestas surgidas durante la segunda legislatura del
gobierno de Aznar. El Laboratorio estará estrechamente vinculado a estas movilizaciones

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V. RUBIO-PUEYO

en un momento en el que, por otra parte, numerosos profesionales del mundo del cine y
del espectáculo – uno de los ámbitos más activos en la oposición a la guerra en aquel
momento – participaban de un modo u otro en la vida del centro social.11 El contexto
del masivo movimiento contra la guerra de Irak, a lo largo del año 2003 parecía confirmar
el análisis político que se había estado produciendo desde los movimientos: la posibilidad
de pensar en una política, siguiendo a Hardt y Negri, en términos multitudinarios, en la que
los espacios y herramientas activistas operaban no como vanguardia política, sino como
elementos integrados en una sociedad civil capaz de organizar y poner en acción sus
propias capacidades y saberes.12 En cualquier caso, vemos aquí como la entidad del
centro social (su literalidad física como lugar, como espacio absoluto, concreto, en
Madrid, en el barrio de Lavapiés), queda atravesada por su conexión a procesos,
eventos y transformaciones geográficamente lejanos (movimiento alterglobalización,
zapatismo, hacktivismo, etc.) que sin embargo sitúan la importancia, política y cultural,
de esta experiencia por su capacidad de servir como punto de entrada de lenguajes, repertorios de acción, modos de pensamiento y práctica, que perforan la uniformidad y linealidad de una historia basada únicamente en una realidad local, o como mucho estatalnacional. Volviendo una vez más a Harvey (Harvey, Spaces, 123), se trata de un espacio construido relacionalmente, que nos permite pensar en el centro social como espacio integrado en una geografía global y múltiple. El 9 de junio de 2003 el Labo 03 será
desalojado por la policía, a pesar de las promesas de negociación con el Ayuntamiento.
Esa misma tarde se logra la ocupación de otro local cercano, que servirá para prolongar
la experiencia del Laboratorio con un Labo 04. Sin embargo, esta cuarta y última fase
sólo durará unos pocos meses, sin tener tiempo ni fuerzas para consolidarse como
centro social antes de su desalojo definitivo (Rivero). El final de la experiencia del Laboratorio, sin embargo, no se produce en el silencio. Haciendo honor a su nombre, la trayectoria de este centro social en el madrileño barrio de Lavapiés servirá como un intenso
proceso de aprendizaje para numerosos activistas en la ciudad, que decantará en proyectos posteriores, como el Patio Maravillas (analizado en la sección siguiente). Pero sobre
todo, la importancia del Laboratorio puede comprenderse desde el punto de vista de
su importancia en términos culturales, en sentido amplio. En primer lugar, para sus participantes, como un profundo proceso de transformación de una cultura política concreta, la
del movimiento okupa. En segundo lugar, desde la perspectiva de textos analíticos que,
como éste, tratan de explicar la importancia cultural de procesos políticos, pensar en
una experiencia como el Laboratorio permite reflexionar en torno al papel que los
centros sociales han tenido en la reconfiguración de las coordenadas espacio-temporales
que han informado los últimos años de la cultura, la política y la sociedad españolas.

Patio Maravillas, Ateneu Candela y Corralas: estudiantes, precarios y
vivienda.
El proceso de aprendizaje acumulado por la experiencia del Laboratorio será crucial para la
apertura de otros espacios y prácticas. El centro social ya no es (o no solo) una fortaleza
definida por la lucha en contra de un enemigo, sino un entramado de relaciones, trayectorias y subjetividades. La composición de la experiencia, la memoria y los saberes del
espacio absoluto está trenzada con las conexiones y relaciones con otros espacios y
lugares geográficos. La producción de un espacio relacional – podríamos decir con

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Harvey (Harvey, Spaces, 123) lleva al cuestionamiento de la gramática política de la identidad ligada al espacio absoluto.13 El centro social ha pasado a ser “una fábrica de la clase
que viene, la clase que se forma” (Carmona et al. 2008): una plaza pública cuyo “contenido”
específico es producido por la composición social que la habita.14
El Ateneu Candela (Terrassa, Barcelona) o el Patio Maravillas (Madrid) son buenos ejemplos de la profundización en estas lógicas. El Ateneu Candela, un “espacio abierto a la
ciudad y a su gente, un punto de encuentro de iniciativas ciudadanas, de actividad y de
producción de cultura y de comunidad”,15 se funda a comienzos del año 2000, al calor
de las movilizaciones de Seattle, y de forma más cercana, de la campaña contra el
Banco Mundial en Barcelona en 2001.16 Su nombre recoge la tradición de los ateneos, fuertemente presente en la sociedad catalana (tanto en sus formas libertarias o anarquistas
como burguesas). Su actual ubicación se encuentra en una antigua fábrica textil, que
cuenta en su historia con una fase de colectivización durante la Guerra Civil. Los guiños
a la historia social y política local no deben confundirse, no obstante, con reivindicaciones
de una identidad política definida. Más bien se trata de la búsqueda de una incardinación
en las tradiciones sociales del lugar y, de este modo, de una realización del gesto zapatista
de apertura a la composición social concreta, como la propia autodefinición del Ateneu
recoge en su página web. El proyecto sirvió en principio como espacio de convergencia
entre participantes del movimiento okupa, estudiantes universitarios y gente con experiencia en el mundo de la cooperación. A lo largo de los años, el Ateneu se ha convertido, en
palabras de uno de sus participantes, en “espacio de recomposición permanente”, es decir,
un espacio de replanteamiento de hipótesis, saberes y estrategias al calor de los diferentes
ciclos de movilización (Entrevista Arnau Monterde). El Patio Maravillas, significativamente
autodefinido como Espacio Polivalente Autogestionado,17 comienza en 2007 en el barrio
de Malasaña de Madrid. En su formación confluyen diferentes corrientes. Entre otros,
algunos activistas que habían venido coordinándose en la red Rompamos el silencio.
Por otro lado, el colectivo Caminos, un grupo de inspiración zapatista surgido del ya mencionado Aguascalientes de Madrid (Lara).18 A lo largo de su trayectoria, el Patio Maravillas
se ha caracterizado por su innovación en la articulación de cultura y política. En espacios
activistas, la conexión entre producción, consumo cultural y práctica política se ha concebido tradicionalmente en términos de creación de conciencia, normalmente de acuerdo a
una concepción fuertemente didáctica del conocimiento (la transmisión del saber desde
un maestro al estudiante). Este modelo se materializa concretamente a través de dispositivos culturales como, por ejemplo, la biblioteca, habitualmente conformada con publicaciones explícitamente políticas, y creada a partir de donaciones (muchas veces
consistentes en aquellos volúmenes que los donantes no quieren leer). Significativamente,
el Patio Maravillas carece de biblioteca, y hace énfasis, en muchas de sus actividades –
sobre todo las producidas por los participantes más jóvenes – en formatos culturales no
tan dependientes del soporte libro: talleres de videojuegos, hip-hop, redes sociales,
entre otros. En este sentido, el Patio Maravillas tiende a enfatizar la estimulación de las
capacidades de producción cultural de los participantes, frente al rol pasivo, receptor,
de modelos culturales activistas más tradicionales. Por otra parte, el Patio Maravillas se
ha caracterizado por albergar iniciativas culturales cuyo contenido político no consistía
tanto en un mensaje explicito, sino en servir como apertura de espacios de sociabilidad
para el entorno inmediato. Así, la formación de un coro, por ejemplo, se ha convertido
en un proyecto capaz de tejer encuentros entre personas migrantes y vecinos del barrio

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V. RUBIO-PUEYO

de Malasaña. Iniciativas aparentemente lejanas a lo que sería una cultura politizada, activista, como por ejemplo la organización de un coro, muestran servir como encuentro entre
personas migrantes y autóctonas (Entrevista Guillermo Zapata).
Tanto Ateneu Candela como Patio Maravillas suponen pasos importantes en este
proceso de redefinición del centro social como “espacio de ciudadanía” (Monterde), que
venimos describiendo. En este sentido, esta apertura a lo social se hace evidente si se
analiza la relación de estos dos proyectos con diferentes ciclos de movilización social.
Las ya citadas manifestaciones del “No a la guerra” de 2003, pero también las protestas
estudiantiles contra la reforma universitaria – la llamada LOU- en 2002, que implicaba el
comienzo de la implantación del Plan Bolonia en la universidad española, forman parte
importante del contexto en que ambas experiencias surgen. Otros dos ciclos de movilización tienen especial relevancia. Por un lado, la celebración del EuroMayDay en Barcelona
en 2004. El EuroMayDay, iniciativa originalmente arrancada en Italia en 2001 desde movimientos autónomos y feministas, es un intento de resemantización a escala europea del
tradicional Primero de mayo del movimiento obrero, y consistía principalmente en dos
cuestiones habitualmente ignoradas por los sindicatos mayoritarios (en España, UGT y
CCOO). Por un lado, un mayor énfasis en la precarización laboral y el trabajo migrante,
figuras y sujetos políticos tradicionalmente ignorados por los sindicatos mayoritarios.
Por otro lado, la inscripción de la protesta en una escala explícitamente europea.
El otro ciclo es el protagonizado por V de Vivienda, Movimiento por una vivienda digna,
desarrollado a lo largo de 2006, y con seguimiento fundamentalmente en Madrid y Barcelona.19 Debido a la extensión del problema del acceso a la vivienda entre amplias capas
(fundamentalmente jóvenes) de la población, V de Vivienda supone la entrada al
ámbito del activismo y las protestas para mucha gente sin previa experiencia política.
La vivienda, unida al elevado costo de las hipotecas, se convierte en un inesperado
frente de lucha política. Al mismo tiempo, esa composición social inédita trae consigo
nuevas formas y lenguajes de protesta. Si el nombre del movimiento es una adaptación
de una popular película de Hollywood, las manifestaciones estarán fuertemente marcadas
por el uso de formas y figuras lúdicas de protesta, como Supervivienda - un superhéroe
que irrumpe en manifestaciones o plenos de ayuntamiento – o el propio slogan del movimiento: “No vas a tener casa en la puta vida”.20
Estos procesos de movilización animarán el inicio de experimentación con lo que desde
estos espacios se han denominado “instituciones-monstruo”, es decir, la experimentación
con formas y prácticas activistas que podrían considerarse como protoinstitucionales (Universidad Nómada, 2008). Se trata de un paso más en la evolución de esta área política
marcada por la autonomía. De una autonomía entendida como radical separación y conflicto con las instituciones estatales – como hemos visto en el movimiento okupa de los
ochenta- a una autonomía reinterpretada sobre todo como autoorganización social: la
institución de formas de organización estables, capaces de proveer servicios, y de producir
nuevos espacios de sociabilidad, y regidos de acuerdo a criterios de participación y horizontalidad.21 Tanto Patio Maravillas como Ateneu Candela han alojado iniciativas como las
Oficinas de Derechos Sociales (ODS). Estas oficinas son un intento por parte de los centros
sociales de abrirse a nuevas cuestiones y subjetividades políticas, y de hacer frente a tres
problemáticas principales: los cuidados, la vivienda, y la organización de trabajadores
migrantes y autóctonos. (López, Martínez, Toret: 2008). En la práctica se traduce en la creación de servicios de asesoría legal, laboral y económica para trabajadores precarios, tanto

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migrantes como autóctonos. (Entrevista Alba Pascual). La iniciativa de las ODS supondrá
además la creación de una red, a nivel estatal, entre centros sociales de Madrid, Sevilla,
Cataluña, entre otras ciudades, y que construirá de hecho la base material (locales, infraestructuras de comunicación, activistas, conocimientos legales, experiencia) de lo que
después, a partir de 2009, terminará conformando numerosas asambleas de barrio de la
Plataforma de Afectados por la Hipoteca.
Finalmente, este proceso de replanteamiento del centro social, y en concreto tal y como
se materializa en las prácticas del Ateneu Candela y del Patio Maravillas nos conduce hasta
la primavera de 2011 y los prolegómenos del 15M. Así, el Patio Maravillas sirvió como lugar
de reunión para la asamblea de Juventud sin Futuro y, más tarde, ¡Democracia Real Ya!, dos
de los elementos principales en la organización de la manifestación del 15 de mayo de
2011 que daría lugar al comienzo del movimiento 15M. Significativamente, el Ateneu
Candela apoyó también la manifestación del 15 de mayo, sobre todo en aspectos
ligados a difusión y organización por Internet, así como en la infraestructura y recursos
de la manifestación. Más allá de señalar un mérito de estos nuevos centros sociales, lo
que estas colaboraciones nos muestran es el grado de involucración de estos espacios
con procesos de organización que, debido sobre todo a la juventud de sus participantes,
no provenían de sectores previamente identificados en el mapa activista hasta aquel
momento.
Un último caso de interés en esta evolución de las prácticas de okupación lo constituyen las llamadas “corralas”, los patios de viviendas en barrios populares de Sevilla. Como
señala Nemser, la frecuente oscilación entre los términos “okupación” y “ocupación” revela
mucho más que una mera preferencia ortográfica, o que un debate terminológico, para
apuntar más bien a la transformación histórica de una práctica de movimiento, que se
produce asimismo mediante la reactualización, o la resignificación de concepciones populares del espacio urbano. En el caso de las corralas en Sevilla, la reanimación de esos espacios populares sirve, por un lado, para producir nuevas posibilidades de sociabilidad, de
actividad vecinal, y de potenciales formas de producción de una cultura ligada a esa sociabilidad. Por otro lado, la práctica de la okupación es transformada desde la lógica resistencialista del okupa militante frente al “desalojo” policial, para enfocarse en el “realojo” de
familias y vecinos que han sufrido desahucios o se exponen a la carencia de vivienda.
Nemser señala cómo esta nueva realidad de la ocupación combina una práctica
“radical” (la ocupación de viviendas vacías) con una retórica “reformista” (la disponibilidad
a pagar un alquiler justo por la vivienda que ha sido ocupada) (Nemser). La PAH, a través
de su campaña “La Obra Social de la PAH” ha llevado a cabo prácticas similares de “realojo”
de familias desahuciadas en Cataluña (Faus, 2014). Se trataría de lo que Nemser denomina,
en una útil tipología que pensamos puede invitar a futuros desarrollos, de una “tercera
generación” de la ocupación: de una primera generación de “casas okupas”, de Centros
Sociales Okupados y Autogestionados (CSOA), marcados por las practicas identitarias
ligadas a sujetos militantes, a una segunda generación de CSA (Centros Sociales Autogestionados) donde el hecho de la okupación pierde su importancia respecto a su uso como
centro activista y de producción cognitiva, hasta llegar a esta tercera ocupación, enfocada
en las prácticas concretas de paliación de necesidades comunitarias. (Nemser). Desde el
punto de vista de la secuencia histórica que estamos trazando aquí, podemos ver por
tanto cómo estos centros sociales, a través de sus prácticas y de su capacidad de apertura
a nuevas iniciativas sociales) han ido configurando, a lo largo de los años, algunas

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V. RUBIO-PUEYO

respuestas a una composición social cambiante, en búsqueda de sus propias formas de
participación política y producción cultural.

Conclusiones
En este sentido, la historización y análisis de estas experiencias permite ver la paulatina
configuración de una nueva cultura y lenguaje políticos. No sólo a lo largo de sucesivas
olas de movilización como las mencionadas anteriormente. Éstas, sin duda, sirven desde
luego para introducir un necesario contrapunto a las narrativas oficiales predominantes
en la España de las últimas décadas. Sin embargo, entendemos que el papel fundamental
de los centros sociales (okupados, autogestionados) ha consistido principalmente en abrir
espacios permanentes para la práctica y la reflexión política y cultural. Estos procesos sostenidos de reflexión y experimentación, más allá de las coyunturas políticas específicas,
han servido para desarrollar nuevas formas organizativas y lenguajes políticos acordes a
los lentos, pero continuos cambios en la composición social española: nuevas realidades
laborales, cambios en la población, transformaciones en el espacio urbano, el problema de
la vivienda, entre muchas otras cuestiones. Al mismo tiempo, estos centros sociales han
servido como espacios de penetración de problemáticas y referencias que conectaban
las realidades concretas en que estos espacios se situaban con otras temporalidades y
coordenadas geográficas, internacionales y globales: el movimiento okupa europeo, las
autonomías alemana e italiana, el zapatismo, el movimiento alterglobalizador, las luchas
del precariado europeo, entre otras. Todos estos elementos y trayectorias han sido habitualmente considerados como marginales, alternativos o subterráneos a lo largo de los
años noventa y la primera década de los dos mil. Todas [estas trayectorias] forman
parte, sin embargo, de una secuencia de formación de una cultura política que una
tarde de mayo de 2011 eclosionaría en la forma de la ocupación de plazas, abriendo un
nuevo periodo, todavía por cerrarse, en la historia contemporánea de España.
Sin embargo, la coyuntura abierta por el inicio de la crisis económica en 2008 y por el
surgimiento del 15M en 2011, permite ahora ver cómo todos estos elementos conforman,
siguiendo a Benjamin, toda una constelación conceptual, experiencial e histórica de suma
importancia para comprender los ingredientes de una nueva cultura política. El periodo de
profundos cambios sociales y políticos abierto en los últimos años en España no afecta únicamente a la posibilidad de futuras proyecciones, todavía en construcción y cuyo alcance
está por comprobarse, sino también – y de una manera que entendemos ya forma parte,
de diferentes modos, de una percepción compartida por amplios sectores de la población
– en la posibilidad de pensar la historia reciente de España a través de otras narrativas,
separadas del relato acumulativo y teleológico del Estado-Nación, y que sean capaces
de visibilizar conexiones, sentidos y secuencias históricas – intra- y extranacionales –
hasta ahora invisibles. La misma imagen de la constelación benjaminiana nos sirve, por
otra parte, para comprender ese nuevo periodo no únicamente como un mero surgimiento de “lo Nuevo” sin matices ni sentido histórico. La formación de una cultura política
consiste precisamente, como recordaba a menudo Stuart Hall, no en la pura innovación,
sino en la composición compleja de elementos culturales diversos en una articulación
inédita. Esta articulación, por usar la conocida terminología de Raymond Williams, se compondría de elementos residuales y emergentes (Williams 40–42).

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En todo caso, y de nuevo sin pretender establecer una causalidad excluyente, resulta
importante señalar hasta qué punto estas experiencias, estos espacios, y muchos de los
sujetos, colectivos e individuales ligados a éstos, irán componiendo un tejido, un sustrato
social de aprendizajes que se encuentra en la base de espacios de agregación que como
Guanyem Barcelona, Ganemos Madrid o Guanyem Terrassa, servirán para lanzar las candidaturas municipalistas Barcelona en Comú, Ahora Madrid o Terrassa en Comú – vencedoras en las elecciones municipales del 24 de mayo de 2015 (Rubio-Pueyo y La Parra
2015). Más allá de la valoración que se pueda hacer de su gestión desde los Ayuntamientos
– es muy pronto todavía para hacerlo, y tal cometido excede los objetivos de este trabajo –
el triunfo electoral ha servido para otorgar una presencia ya ineludible a estos sectores
sociales y que, a través del concepto de “común” como horizonte político, evidencia –
se compartan o no sus posiciones -la emergencia de una nueva cultura política que ha
tomado como bandera la participación ciudadana, la recuperación de los derechos
sociales, y el replanteamiento de los modelos neoliberales de desarrollo urbano.

Notas
1. Usamos los términos “movimientos sociales y políticos” o simplemente “movimientos” de
manera deliberada. Aunque es una discusión que no podemos abordar aquí, este uso de términos se basa en una crítica al uso habitual del sintagma, más conocido, de “movimientos
sociales” ya que la calificación contenida en este último término implica precisamente una
confinación de las fuerzas históricas que esos movimientos representan a una configuración
previa de qué sea lo social (frente a lo político, lo económico, lo cultural, etc.). Como explicamos en el cuerpo del texto, partimos de una perspectiva que podríamos denominar como
estructural, por la que los movimientos son entendidos como procesos culturales, es decir,
procesos colectivos de interpretación y acción respecto a transformaciones (económicas, políticas, sociales, culturales) en curso en el seno de una formación social.
2. Esta contextualización del movimiento okupa en el Estado español resulta forzosamente muy
general. Tratamos de extraer una serie de rasgos comunes a experiencias singulares y situadas
en contextos muy concretos que imponen a su vez condiciones e influencias muy particulares
de las experiencias de okupación (Madrid, Cataluña, Euskadi). En cualquier caso, esta contextualización se basa en fuentes como Estebaranz, Casanova, o Seminario de Historia Política y
Social. Las entrevistas con Jacobo Rivero y Ángel Luis Lara resultaron también de extrema utilidad en este sentido. Por otro lado, en el contexto madrileño, el más inmediatamente relacionado con dos de los casos que vamos a estudiar, es preciso mencionar la experiencia del C.S.O.
Minuesa (1988-1994). Iniciado con un encierro de trabajadores de la imprenta del mismo
nombre, la okupación se convertirá en una experiencia de casi seis años, y en cierto modo
anuncia las primeras señales de una evolución en las concepciones que el movimiento
okupa hace del centro social como espacio de acción colectiva. (Corcuera, 1994).
3. Para reconstruir esta breve historizacion del Laboratorio – una interpretación entre otras
muchas posibles – nos hemos basado, además de diferentes textos y artículos, fundamentalmente en las siguientes fuentes: en primer lugar, entrevistas personales con participantes en
el Laboratorio y experiencias afines; en segundo lugar, el visionado de dos documentales producidos desde el Laboratorio que permiten comprobar numerosos aspectos relacionados con
el funcionamiento diario del centro social, y diferentes cuestiones sobre su evolución: Laboratorio – 6 años de okupación en Lavapiés, 2003 (Laboratorio) y Laboratorio 3. Ocupando el vacio,
2007 (Kinowo Producciones).
4. Para más información sobre los contextos, historias y trayectorias de los movimientos autónomos y okupa en España, ver Seminario de Historia Política y Social, Adell y Martínez López,
Casanova, o Estebaranz.

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V. RUBIO-PUEYO

5. Los archivos sobre estas campañas y movilizaciones se pueden encontrar en: http://www.
nodo50.org/racismo/ y http://www.nodo50.org/derechosparatodos/Encierros.htm. Para la
noticia sobre los encierros en el diario El País: http://elpais.com/diario/2001/03/08/espana/
984006014_850215.html
6. Es importante señalar que esta relación entre actitudes patrimoniales y concepción absoluta
del espacio no implica necesariamente una crítica abstracta o absoluta a estas experiencias.
Más bien, como el resto de este trabajo espera demostrar, siguiendo a Harvey, en cada
lugar se superponen dialéctica e inevitablemente diferentes concepciones del espacio, sin
que pueda prescindirse de una u otra a conveniencia. En el contexto que tratamos, por
ejemplo, la actitud patrimonial, de “centro social – fortaleza”, si bien se encuentra indudablemente ligada a las actitudes militarizadas e hipermasculinizadas que señalábamos, resulta
inseparable, en muchos casos, de la propia supervivencia de las experiencias, a través de
los esfuerzos, luchas y sacrificios (resistiendo un desalojo, soportando la represión policial)
de los cuerpos militantes allí presentes.
7. Estas reflexiones pertenecen a participantes del Laboratorio, y responden a las discusiones
acerca del carácter programático, tendencial, proyectado, de la experiencia. Los mismos participantes, en los textos referenciados y en otros lugares, reconocen también las limitaciones
de la experiencia. Por ejemplo, en relación a las comunidades migrantes, con las que si bien se
establecieron contactos (inexistentes antes) no llegaron en su mayoría a participar de manera
especialmente intensa en el Laboratorio. Reconociendo esa limitación, si cabe señalar, en cualquier caso, cómo la experiencia y reflexión del Laboratorio, a diferencia de centros anteriores,
localiza el problema, y ensaya aproximaciones al mismo.
8. Un programa de estas jornadas puede encontrarse en: http://www.nodo50.org/pchiapas/
chiapas/documentos/program2.htm.
9. Si el EZLN había construido su hacer de acuerdo a la combinación de lenguajes, culturas y
saberes indígenas del contexto de Chiapas, un zapatismo en Madrid debía asentarse sobre
las formas de vida urbanas de una metrópolis europea. Esta lógica busca, por tanto, no la solidaridad nominal entre unas realidades y otras a lo largo del mundo, sino la asociación a través
de la repetición del gesto, de la incorporación de una práctica, una forma de hacer las cosas de
acuerdo a la realidad concreta en que ésta práctica se desarrolla.
10. SinDominio (http://sindominio.net/ ) es un portal de contenidos sobre activismo, internet, y
tecnología, gestionado por una red de hackers radicados en España (principalmente en
Madrid). Actualmente carece de actualizaciones, pero sigue proveyendo espacio para blogs,
cuentas de correo y numerosos archivos de diversa temática.
11. Es importante recordar que la contestación a la guerra fue especialmente marcada desde sectores de la industria cultural, organizados principalmente a través de la Plataforma Cultura
contra la Guerra y cuya aparición pública más señalada tuvo lugar en la ceremonia de
entrega de los Premios Goya de 2003. Este componente se muestra en la profusión de actividades relacionadas con el teatro, el performance y otras disciplinas. A modo de ejemplo, la
obra teatral Alejandro y Ana (Lo que España no pudo ver del banquete de boda de la hija del
presidente) (2004), montada e interpretada por la compañía Animalario y escrita por Juan
Mayorga y Juan Cavestany, celebra allí una de sus primeras representaciones. Para más información, puede consultarse Liscovsky 2005.
12. La referencia teórica principal en esta lectura que activistas de los movimientos hacían de la
situación son indudablemente los libros de Michael Hardt y Antonio Negri, Empire y, sobre
todo, Multitude. War and Democracy in the Age of Empire.
13. Por supuesto, y siguiendo de nuevo a Harvey, esto no significa que las otras dos dimensiones
del espacio queden borradas, o sean menos importantes. El sostenimiento de una experiencia
de okupación depende de la resistencia material al ataque de las instituciones, a la influencia
de los factores económicos, políticos y sociales, de la conservación de un espacio en términos
absolutos y concretos. No se trata, por tanto, de trazar una teleología por la cual los movimientos y los activistas se van haciendo “conscientes” de la complejidad del espacio-tiempo y de
sus efectos en las subjetividades, identidades y luchas políticas. No es un proceso uniforme,
unívoco ni progresivo: los tres espacios están presentes en todo momento.

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14. A partir de ahí, estos nuevos centros sociales abren diferentes líneas de actividad en las que
el plano de la producción cultural es particularmente relevante. Carmona et al. han sintetizado esas líneas en seis puntos: 1) el diseño de programaciones culturales estables; 2) uso de
licencias abiertas, como creative commons y copy-left; 3) creación de circuitos de autoformación e investigación militante; 4) creación de dispositivos de cultura metropolitana
mestiza, basados en una definición de ciudadanía no ligada al Estado-nación; 5) nuevas
formas de sindicalismo social; y 6) estrategias de protagonismo social y de relación-negociación con las instituciones.
15. Texto de presentación del Ateneu Candela, en su página web: http://ateneucandela.info/es.
16. La información sobre la campaña se puede encontrar en http://www.nodo50.org/bcn01/.
17. Web del Patio Maravillas: http://patiomaravillas.net/.
18. Sobre las campañas de Rompamos el Silencio: http://www.rompamoselsilencio.net/2010/?
Introduccion-Rompamos-el-Silencio.
19. Web de V de Vivienda: http://www.sindominio.net/v/.
20. A estas acciones hay que sumar la significativa labor de colectivos de arte activista como
Enmedio: http://www.enmedio.info/proyectos-enmedio/.
21. Es imposible cubrir aquí la amplitud de este debate en torno a la producción de instituciones,
o a lo que podríamos denominar como reinterpretación institucionalista de la autonomía, que
se ha venido desarrollando a lo largo de las últimas décadas, tanto en términos teóricos como
prácticos. Una referencia imprescindible no obstante, puede ser Hardt y Negri, Commonwealth, especialmente 159-64 y 192-98. Más recientemente, Laval y Dardot, especialmente
el capítulo dedicado a la “praxis instituyente” (459-518). Además de estas iniciativas
basadas en la construcción de formas institucionales alternativas, también se ha producido,
en ocasiones, una revisión en torno a las posibilidades de negociación y acuerdo táctico
con las administraciones públicas respecto a términos de uso de edificios abandonados, no
sin contradicciones o polémicas. Es el caso, precisamente en el barrio de Lavapiés, de la Tabacalera (Durán y Moore).

Agradecimientos
Un trabajo de estas características no hubiera sido posible sin la ayuda fundamental de algunas personas. Gracias a ellas he podido conocer con un enorme detalle, a través de largas entrevistas, las
experiencias analizadas en el texto, y he podido acceder a numerosos materiales de todo tipo
que resultaron de gran utilidad en la investigación. Pero sobre todo, el contacto sostenido con
estas personas me ha permitido algo más importante: encontrar y conocer los contextos, las
redes humanas y las historias que han acompañado las trayectorias del Laboratorio de Lavapiés,
del Patio Maravillas y del Ateneu Candela. Y de tantas otras cosas. Por todo eso, gracias a Ángel
Luis Lara, Jacobo Rivero, Guillermo Zapata, Arnau Monterde y Alba Pascual.

Disclosure statement
No potential conflict of interest was reported by the author.

Nota biográfica
Vicente Rubio-Pueyo has a PhD in Hispanic Languages from Stony Brook University. He is an Adjunct
Instructor at Fordham University and a curator at the Global Platform on Participation and Protest
(global-platform.org). He is currently working on a book that traces the historical dynamics of political cultures in Spain from the transitional period to the present, while proposing a renewed understanding of social, political and cultural change from the perspective of cultural studies. Email:
vrubio@fordham.edu

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V. RUBIO-PUEYO

Referencias
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contextos sociales. Madrid: Catarata Libros, 2004.
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metrópolis. Del movimiento okupa a los centros sociales de segunda generación. Málaga: La
Invisible/ULEX, 2008. 53–56.
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Carmona, Pablo, Tomás Herreros, Raúl Sánchez Cedillo, Nicolás Sguiglia. “Centros sociales: monstruos
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Corcuera, Javier. Minuesa. Una okupación con historia. Audiovisual. Producciones Fendetestas, 1994.
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